lunes, 8 de octubre de 2012

Amor, invierno, el sol y él



Hace tiempo creía en el amor. Creía en el amor de una forma infantil, literaria y muy profunda. Creía que los grandes amantes se reencarnarían en personas comunes y que, al encontrarse a través del tiempo y del espacio (como si de La Fuente de la Vida se tratase) formarían historias dignas de ser contadas.

Después llegó el invierno en el que todo el mundo vivían sus propias primaveras o sus veranos y comencé a desterrarlo. No lo sentía y creía que nunca lo sentiría. Era como ser consciente de que los grandes amores que encogen el corazón sólo vivirían, para mí, en las páginas de los libros. Fue una época bastante horrible, ya no sólo por esa terrible certeza, sino porque vino acompañada de muchos otros sentimientos dramático-chungos. ¡Duh!

Pero al parecer soy más Phoenix de lo que creía, y el hielo comenzó a derretirse. No sé muy bien cuál fue el detonante de esta terrible reacción en cadena que me llevó a mi situación actual, de positivismo y esperanza (incluso en la desesperanza), pero doy gracias porque haya sucedido. Creo que el estado de transición, de máxima energía, apareció con él.

No sé si fue algo lo que propició ese momento pero gracias a esa situación, comencé a sonreír un poquito más. Con él llegaron muchos momentos de desmarañamiento sensitivo y apertura a las personas. Y no es momento de buscar malos pensamientos, hablo en serio. Creo que he sido alguien que no era por miedo. Y que el miedo gobierne tu vida no es una buena forma de proceder, de vivir.

Ahora estoy en constante arrojo y creo que soy más feliz.


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